¿Sabéis eso de qué de una boda sale otra boda? Pues estoy convencido de que podríamos aplicar ese refrán a nuestro deporte; la espeleología.
Estando hace unos meses en Otxabide, con algunos compañeros (y amigos), durante el ascenso, cuándo ya habíamos realizado la mitad del pozo, y nos encontrábamos descansando en una pequeña repisa, mientras esperábamos a la compañera que subía desinstalando, Mikel (seudónimo) me dice:
Vamos a ir a hacer una de las travesías más largas de Europa, LA CALÍGRAFOS-GÁNDARA.
Esas palabras, dejan de ser palabras para convertirse en un sueño, el sueño de muchos espeleólogos y espeleólogas.
Desde ese momento, comenzamos a planear esa travesía, haciendo que el sueño, paso a paso se fuese convirtiendo en algo real.
Pronto me doy cuenta de que, en la fecha prevista, me resulta imposible formar parte del equipo que realizará la travesía. Sensación agridulce, ya que, aunque yo no pueda estar, grandes amigos podrán disfrutar del interior de las montañas cántabra
Llegó el día y todo salió bien. Y claro está, qué mis compañeros no tardan en mandarme mil fotos y decirme lo bien que lo han pasado, destacando que la dureza de la travesía es uno de sus atractivos más potentes
Sabor agridulce… Me hubiera encantado poder acompañarlos.
Unos días más tarde, cuando aún se dejaba ver el éxito de la travesía en sus estados de wasap, recibo una llamada de Mikel.
¡Están planeando realizar otra vez la travesía!!! Y esta vez… ¡No tengo excusa! ¡Me apunto!!
El finde elegido en esta ocasión es el 5-6-7 de agosto. Y el equipo está formado por seis compañeros y una compañera.
Los días previos a ese finde, el grupo es un hervidero de mensajes y los teléfonos están más activos que nunca. Es un lujo ver cómo todos se ofrecen voluntariamente para cualquier tarea que haya que realizar, y que todos están disponibles para arrimar el hombro. Así da gusto.
Viernes 5
Mikel, Ismael y yo, hemos quedado para instalar la cuerda que nos sacará del pequeño pozo que nos espera en el tramo final (saldremos por esta boca) de la travesía.
Son unos 40m de pozo, y llegar hasta él nos ha llevado unos 60 minutos aproximadamente. Durante todo ese trayecto, bromeamos sobre cómo será nuestra salida por ese mismo lugar el domingo; por aquí ya igual no nos hablamos… por aquí seguro que ya no canta nadie… lo mismo vendemos todos los trastos nada más salir.
Al llegar a la cabecera, vemos que otros espeleólogos están realizando o van a realizar la travesía, ya que tienen el pozo instalado, y eso retrasa un poco nuestra instalación. Se trata de colocar todo sin molestar a los compañeros y facilitarles la salida sin que nuestras cuerdas se crucen con las suyas.
Casi no he bebido agua durante esta actividad, y decido dejar un litro en esa cabecera, mientras pienso: me vendrá bien cuando suba, después de unas 15 horas de actividad…
Después de la instalación, comenzamos la salida entre risas y recuerdos de otras cuevas. Recuerdos que hacen que los 60 minutos que nos lleva salir, pasen volando.
Una vez estamos fuera, llamamos al 112 para comunicar nuestra salida sin contratiempos.
Y es que, para los que no conozcáis la normativa referente a cuevas en Cantabria, es obligatorio comunicar al 112, la entrada a cualquier cavidad, el número de personas que entran, y la hora aproximada de salida. Y cuando se sale de la cueva, hay que volver a llamarles para comunicar la salida, y/o cualquier incidencia. Trámite que apenas lleva 5 minutos, y que facilita enormemente cualquier posible rescate.
Volvamos al tema…
Nos quedamos hospedados en Coventosa, en el restaurante Coventosa. Allí nos atiende con mucha amabilidad Margarita.
Un poco más tarde se une al equipo M. Sol, y cenamos los cuatro tranquilamente entre recuerdos de otras batallas espeleológicas vividas juntos. Mikel insiste en la carga de hidratos y en estar muy bien hidratados, lleva tres semanas insistiendo en eso. Nos ha repetido a todos unas 100 veces que la cueva no es muy técnica pero que hay que estar en forma, en muy buena forma para afrontarla con seguridad. Nadie mejor que él para poder hablar de esta travesía. Os recuerdo que ya la realizó hace un mes escasamente, y que sus 100 cuevas/simas anuales (de media), hacen que sus consejos sean tenidos muy en cuenta siempre.
Es hora de dormir, mañana nos espera un día (o dos) muy duro.
Nos levantamos sin necesitar el despertador. Se nota otro ambiente. Hoy es el día.
Tras 45 minutos en el coche, llegamos al parking donde nos esperan los otros tres compañeros de aventura, Natxo, Jose, y Cosme (seudónimo).
Saludos, abrazos, bromas sobre la puntualidad, y mientras todo eso sucede, nos equipamos y preparamos nuestros equipos. Ruidos de mosquetones, stop’s, risas nerviosas, ¡allá vamos!!!
La aproximación a la boca de Calígrafos hace que entremos en calor rápidamente, y nos da pistas sobre la dureza de la actividad. Solo la aproximación, nos pone a prueba.
Llegamos a la boca y sin más preámbulos que una foto de grupo, encendemos nuestros frontales y nos arrastramos hasta el interior.
El olor a cueva, ese olor que ahora muchos y muchas de los que estáis leyendo esta crónica podéis casi hasta sentir, nos acompañará durante las próximas horas…
La primera parte de la cueva es dura. Hay que arrastrarse, ir de rodillas, o caminar de un modo que nos parecemos más a los gorilas, que a los humanos. La dureza de la roca en las rodillas, los golpes de la espalda contra el techo, sin otra vista que las botas de tu compañero, y arrastrando una saca con todo lo necesario para realizar la actividad, convierten esta primera parte en (bajo mi punto de vista) la más tediosa de todas.
Seguimos avanzando, el grupo se estira y realizamos pequeñas paradas para reagruparnos, ya que cualquier despiste supondría perder tiempo, tiempo que no nos sobra.
Hemos notificado la entrada al 112 y a tres compañeros que se mantendrán pendientes durante toda la actividad, y aunque la previsión es salir en unas 18h, hemos comunicado al 112 que saldremos en unas 24h. Creeréis que 6h de margen es mucho, pero en un sistema que tiene unos 120 km topografiados, en el que hay mil cruces de caminos, y todos se parecen. Contamos con perdernos en más de una ocasión, por eso esas 6 horas extra
¡Esperad!!!!! ¡Esperadme!!! Se escucha desde la parte de atrás del grupo.
Jose y Cosme se quedan atrás, y no sabemos qué ha pasado.
Por fin vemos sus luces.
- ¿Qué ha pasado??
⁃ La saca, se ha roto un asidero.
En apenas una hora de travesía la cueva ya impone sus normas. Cosme deberá ir con la saca en brazos y no colgada. Esto implica un esfuerzo extra desde casi el inicio.
Seguimos arrastrándonos y sumando metros para conseguir nuestra meta: salir por la boca de la Gándara.
La saca de Cosme no resiste más arrastres, y termina de romperse un poco más tarde. Ya no tiene ningún asidero.
Creedme si os digo que mover una saca sin asas por esa zona, desgasta físicamente más de lo que parece.
En un tramo donde al menos podemos estar todos un poco más cómodos, M. Sol improvisa con el arnés de pecho de Ismael unas correas para poder llevar mejor la saca. No es muy sofisticado, pero es mejor que nada.
Llevamos unas 4 horas de actividad, y el esfuerzo extra realizado por nuestro compañero empieza a notarse. Debemos ir más despacio para que pueda continuar.
Nos damos cuenta de que llevamos unos 10 minutos sin ver ningún hito, y eso no es bueno. Además, podemos ver que estamos en una zona prácticamente virgen, no hay pisadas, no hay marcas, no hay nada que indique que seguimos en la dirección correcta.
Buscamos por las diferentes galerías, miramos en los rincones más pequeños y oscuros, y nada… por aquí no es. Nos hemos perdido.
Miramos y remiramos la topografía, y llegamos a la conclusión de que nos hemos pasado algún cruce, y decidimos volver sobre nuestros pasos.
Perdernos en una travesía tan larga, y volver por nuestros pasos, es un golpe más psicológico que físico, ya que el tiempo perdido en esta ocasión apenas llegó a los 40 minutos.
Cosme empieza a mostrar síntomas claros de cansancio, y decidimos parar a descansar 10 minutos. Enseguida nos ponemos en marcha, queda muchísima cueva por andar.
Decido quedarme detrás de él, cerrando el grupo mientras el resto del equipo avanza de forma constante y segura, no nos gustaría perdernos otra vez.
Llega el momento de comer y reponer fuerzas, ya que, desde que entramos a la cueva, solo hemos parado 10 minutos para comer una barrita y beber un poco de agua. El lugar escogido es una sala grande, que nos permite estar cómodamente sentados sobre arena fina. Sin duda, nada que envidiar a la arena de las mejores playas.
Una sopa de sobre, un poco de queso, y de postre chocolate. Y ahora todo se ve de diferente manera.
Le preguntamos a Cosme que tal está, y nos dice que está muy cansado y que, a este ritmo, no puede seguir.
Sé que el cerebro se queja y protesta, y lo hace mucho antes de que el cuerpo se rinda, pero me preocupa que lo haga quedando tanta cueva por recorrer. Le animamos, y le decimos que siga, que tiene que seguir. Nos mira, sonríe, asiente con la cabeza y sigue caminando.
A estas alturas, y viendo lo cansado que está, todos hemos pensado que tenemos un problema serio, aunque aún no lo hemos dicho abiertamente, ya que sabemos que terminaría minando la moral de Cosme.
Hacemos turnos para llevar su saca unos 15 minutos cada uno.
Tras un momento de bajón, tratamos de recuperar el buen rollo y seguimos con bromas y alguna que otra canción descatalogada, intentando que todo parezca normal. Lo más normal posible teniendo en cuenta dónde estamos…
Es esas estamos, cuando desde la parte final del grupo (apenas 20 m entre el primero y el último) comenzamos a oír ruido de mosquetones y preparativos para tramos de cuerdas. Estamos en el conocido como: Pozo grande.
La verdad es que su nombre no hace justicia, y sus escasos 50m y creo recordar que sus 4 fraccionamientos no entrañan dificultad alguna, a no ser, claro está, que te encuentres agotado físicamente.
No se me olvidará nunca la expresión de impotencia, y sobre todo la mirada hacia arriba de Cosme al darse cuenta de lo que tiene que subir. Ese gesto de "no puedo", tratando de imaginar lo que será subir hasta allí arriba.
La mitad del equipo va subiendo. Cosme, Ismael y yo, nos quedamos para el final. Caras serias y pocas bromas.
A estas alturas, nuestro compañero está muy cansado y nos cuesta mucho conseguir que suba.
Yo le espero en cada fraccionamiento, dándole ánimos y haciéndole sentir que no está solo en esa cuerda, que no está solo en esta cueva.
Ismael cierra el grupo, es un seguro saber que está por debajo, atento a todo lo que pueda surgir.
Mientras tanto, en la cabecera del pozo, Mikel, M.Sol y Jose ya están preparando un vivac de emergencia para que descanse, y se recupere un poco antes de continuar.
Una vez estamos todos arriba, llega el momento de tomar decisiones.
Cosme asegura que no puede dar ni un paso más si no paramos a descansar, y la verdad es que no hace falta que lo jure. Está fundido y se ve claramente.
La decisión no es fácil, pero todos creemos que lo más correcto es que Ismael, Mikel y Jose sigan adelante sin nosotros.
Viendo las horas que llevamos, y el punto en el que estamos, será difícil cumplir con el horario que hemos indicado tanto a nuestros compañeros como al 112.
Esto significa que, si no salimos en ese horario o antes, activarán el protocolo de rescate y tendremos a muchísima gente preocupada por nosotros.
Por este motivo, los tres compañeros saldrán para avisar de que tenemos un problema y que seguramente tardaremos más de lo previsto. Luego, si se encuentran con las fuerzas necesarias para ayudarnos a salir, volverán a entrar.
El resto del equipo, Natxo, M.Sol y yo, nos quedaremos cuidando de Cosme y trataremos de avanzar todo lo que nos sea posible, aunque la prioridad no es avanzar, la única prioridad es que no le suceda nada. No queremos una caída, ni nada parecido en semejante lugar.
Con las funciones claras, nos damos ánimos unos a otros, nos abrazamos, y el equipo se separa. Cada uno de nosotros se pone a hacer lo que le corresponde, confiando unos en los otros, porque, aunque nos separamos, seguimos siendo un equipo, un equipo que entró unido, y saldrá unido.
El tiempo en una cueva no transcurre como nos tiene acostumbrados. Hay veces en que los minutos parecen horas, y otras veces, las horas parecen minutos. Así que le pregunto a Natxo la hora justo antes de envolvernos en las mantas térmicas y sentir el cálido abrazo del etanol.
Son las 23:55, y decidimos estar 2 horas justas. Llevamos en la cueva unas 12 horas.
Tan solo Cosme duerme, el resto… fingimos dormir.
Luces apagadas, silencio, y mil pensamientos por minuto es lo único que tenemos en ese momento.
Le pregunto una vez más la hora a Natxo. Sé que no duerme, y
al mirar el reloj, los tres nos llevamos una sorpresa: llevamos 2 horas allí,
tumbados en uno de los lugares más fríos y húmedos de España en estos momentos.
Bromeamos con esto, ya que ahí afuera, están en plena ola de calor.
Sin embargo, los tres tenemos la sensación de que llevamos allí sentados solo unos minutos. Qué raro es todo aquí abajo.
Hay que despertar a Cosme y ponerlo en marcha, y eso ahora mismo no resulta fácil.
No quiere. Asegura que aún no está listo para continuar.
Más frutos secos, barritas y sales minerales, para tratar de llenar de combustible los depósitos vacíos, aunque lo que más necesita es creer en que puede hacerlo, y en este punto nos centramos. Hay que conseguir que crea en él. Y tras unos minutos de conversación, por fin nos ponemos en marcha.
Recuerdo que, desde ese punto, las galerías son enormes, y mirando hacia los techos, sin alcanzar a verlos, bromeamos diciendo: mira Cosme, al final se ha quedado buena noche. ¡Mirar! Una estrella fugaz… pedid un deseo…
Natxo es quien carga con la saca durante casi todo el recorrido. Es un tío muy bromista, y lleva horas serio. La verdad es que esto se está poniendo feo…si Natxo no bromea la cosa es seria.
Unos metros más adelante, M.Sol es quien marca el ritmo, y quien va guiándonos por un laberinto de bloques que desafían a la gravedad, estando apoyados unos sobre otros, y dando la sensación de que todos esos bloques desean desde hace miles de años cambiar de posición y tan solo necesitan un pequeño empujón para hacerlo. Nos movemos con mucho cuidado, no es buen lugar para tropezar.
Llevamos unas dos horas desde la última parada, y nuestro compañero necesita parar una vez más, a pesar de que vamos a un ritmo muy lento, necesita un respiro.
Si creéis que llevar un ritmo demasiado rápido es agotador. Yo os invito a llevar un ritmo lento, un ritmo que no sea el vuestro, y con muchas paradas. Para que podáis comprobar como cansa esta otra modalidad…
Todos estamos ya muy cansados y es en estos momentos, donde cada uno de nosotros debe tener la serenidad necesaria para decidir qué versión de nosotros mismos vamos mostrar; la mejor, o la peor.
Cosme se sienta en mitad del caos de bloques, donde la corriente
de aire hace que perdamos temperatura rápidamente, y nos cuesta mucho trabajo
sacarlo de allí, ya que, aunque él es consciente de que no es un buen sitio, el
hecho de no ver cerca la meta, hace que tire la toalla una y otra vez.
Insiste en que le dejemos dormir, y que ya saldrá luego
él…
Esa propuesta, deja claro que un cerebro cansado no piensa bien, y la toma de decisiones se complican, y pueden ser peligrosas.
Le prometemos parar en un lugar mejor, sin viento, con suelo de arena, y seco. Lección aprendida, nunca prometáis algo si no estáis seguros de poder cumplir.
Dejamos el caos de bloques y ascendemos una rampa, que, aunque no es muy larga, sí mantiene una inclinación considerable. A lo lejos se escucha agua, mucha agua.
En la cima de la montaña que acabamos de escalar (sí, bajo tierra también hay montañas), hay una cascada que todo lo moja, ya que una corriente de aire muy fuerte reparte humedad por todos los rincones.
Mi intención es cruzar esa zona y seguir buscando un lugar adecuado para descansar.
Cosme se niega, se enfada por no haber parado en el caos de
bloques, ya que allí al menos no estaba todo mojado. Este es el momento más
duro para mí. Tal vez me haya equivocado con esa decisión. Tal vez era mejor
lugar para descansar el que hemos dejado atrás. Tal vez…tal vez… tal vez…
Es ahí donde estamos ahora, y una vez más hay que tomar decisiones.
Yo, insisto en continuar, y M. Sol me dice que reconoce esa zona (ella estuvo hace unos años). Es complicada, y tiene unas cuerdas fijas a modo de pasamanos. Es arriesgado meternos allí sin que antes descanse un poco nuestro compañero. Además, nos vamos a mojar bastante al progresar por allí, y luego nos quedaremos fríos cuando montemos el vivac.
Decidimos buscar “el menos malo” de los lugares que nos ofrece la cueva para descansar. No es fácil, todos son malos.
-Natxo cómo vas de agua? Y tú M.Sol?
Casi litro y medio entre los dos.
A mi apenas me queda un sorbo.
Voy a la cascada a coger dos litros más. Y es que no sé, no tengo ni la más remota idea de cuánto nos queda hasta la cabecera del pozo donde nos espera desde hace muchas horas, mi litro de agua
Desciendo por la roca mojada, y recojo el agua que desciende rápidamente por una colada blanca, limpia.
Tardo apenas 10’ entre bajar, llenar dos botellas y volver a
nuestro nuevo hogar, y allí están mis compañeros, envueltos en ese papel de
aluminio, sin luces, y con los ojos cerrados. Yo sonrío sin ganas, pero quiero
que me vean sonreír y les grito: ¡joder parecéis tres caramelos!!!!
Todos fingimos reír…
Echo una pastilla potabilizadora a cada botella y las dejo “macerando”.
Estoy completamente empapado, y mis amigos me dejan un sitio privilegiado en el centro, donde recibo calor por la derecha y por la izquierda. No estoy tan mal.
Abro el etanol y acerco el mechero, al instante tenemos una
fuente de calor que hace que nuestra estancia sea mucho más acogedora. Veo el
vapor de agua saliendo de mi ropa mojada. Me gusta notar como me voy secando
rápidamente.
Fuera de la protección que nos dan las finísimas mantas
térmicas, frío y humedad.
El viento mueve la manta, y se escuchan las gotas de agua golpeando contra nuestro vivac. Tengo la sensación de estar metido en medio de una tormenta en cualquier montaña. Pero, estamos justo bajo ellas.
Silencio y oscuridad. Oscuridad que se rompe con los tonos azulados que salen de las llamas del interior del bote de etanol. Hipnótico, no puedo dejar de mirar esas llamas, esos reflejos en las mantas térmicas.
Tan hipnótico que sin darme cuenta estoy dormido. Dormido durante unos segundos, tal vez menos, en los que sueño que las mantas térmicas se queman con esas llamas azules. Me sobresalto, y despierto a mis compañeros. No volverá a pasar. No volveré a dormirme mientras estemos allí
No sé cuánto tiempo llevamos allí, pero sé que es poco para
recuperar a Cosme, y demasiado como para continuar.
-Vamos chicos, hay que seguir. Aquí nos desgastamos y no conseguiremos salir solos.
Recogemos todo, y nos vamos. ¿¿Todo?? Todo no.
Entre botellas llenas, vacías, mantas térmicas, arneses, y mil cosas más, olvidado en algún rincón de ese lugar que siempre recordaré, he dejado mi frontal de emergencia. No es gran cosa, pero hacía su papel. Es el precio que la cueva ha puesto por dejarnos usar esa zona para descansar. Algún día, espero que pronto, volveré para sacarlo de allí. No por el frontal, si no por dejarlo todo tal y como estaba antes de nuestra visita. Ya que esto es lo que hacemos los Espeleólogos, alterar lo mínimo indispensable el mundo subterráneo.
Esta parte de la cueva es una montaña rusa.
Subimos cuerdas fijas, las bajamos, las subimos, las bajamos.
Algo parecido sucede con nuestro ánimo.
No sabemos nada de nuestros compañeros, y empezamos a pensar
que no han podido entrar después de dar el aviso. Una pena, y es que, tan solo
su presencia nos daría un “chute” de energía.
¿Qué estará pasando ahí fuera? ¿Habrán podido avisar?
¡Por fin el pozo del Ángel!!!!
¡Bien chicos!! ¡Subimos esto y estamos fuera!!! ¡No ha sido para tanto ehhhh!!!
Sube primero Natxo, mientras yo le describo los
fraccionamientos.
Él simplemente desde arriba responde: ¿Pero? si esto termina aquí!!!!
No puedo creerlo, me he confundido de pozo. No es el del Ángel, mi botella no está ahí arriba, y la salida tampoco.
Seguimos progresando, y de vez en cuando alguno de nosotros hace callar al resto. Creemos oír voces que vienen hacia nosotros. Pero tras unos segundos de absoluto silencio, siempre es lo mismo. Seguimos sin saber nada de nuestros amigos.
La cueva sigue mostrando su dureza, y la verdad es que, en estos momentos, a todos nos gustaría ver la luz del sol y respirar aire fresco.
Natxo, que va en cabeza, nos avisa de que hay otra cuerda.
Esta vez sí. Es nuestra cuerda. Es el pozo del Ángel
Uno a uno comenzamos la subida.
Le doy a Cosme la botella de agua y le digo que beba toda la que quiera, porque arriba hay más, y estamos ya cerca de la salida.
Natxo comienza a dar “libreeeeee”, y es en ese momento cuando volvemos a oír (ahora de verdad) la voz de Mikel;
⁃ Que tal estáis???? ¡No os esperábamos tan cerca de la calle!!! ¡Qué bien!!
Oímos también a Ismael, y una voz que no es del equipo.
Detrás de Natxo sube Cosme, y su progresión es mucho más constante y fluida que en las cuerdas anteriores. Está bien hidratado, y oír al resto del equipo animando desde arriba le da la energía suficiente para subir, por fin, el último tramo de cuerda.
M. Sol sube en tercer lugar. Muy pendiente de Cosme, y también de mí.
Hemos decidido desinstalar la cuerda, a pesar de lo cansados que estamos todos, ya que, de lo contrario, tendríamos que volver a entrar pasadas unas cuantas horas a quitar la cuerda.
⁃ ¿Qué tal vas Ber?
Me pregunta M. Sol en cada fraccionamiento en el que me detengo para quitar las chapas. Me gusta saber que está cerca, me da seguridad.
Sigo quitando nudos y chapas, y ahora ya escucho risas
arriba, escucho conversaciones en registros agradables, tranquilos.
Lejos quedan ya esos silencios que solo se rompían para tomar decisiones que, desde afuera, pueden parecer banales, sin importancia, pero que, en esos momentos, en ese lugar, marcan diferencias en los resultados finales.
Decido parar unos segundos ahí, colgado del arnés. Me gusta escuchar al grupo tranquilo, seguro, relajado. Me hace sentir bien. Miro a mi alrededor, es la misma cueva, los mismos tonos ocres, la misma humedad que hace media hora. Sin embargo, todo es distinto.
⁃ Estás bien????(otra vez M. Sol cuidando de mí, hace que salga de ese estado de paz colgado de la cuerda)
⁃ Sí, sí, ya sigo… estaba recuperando el aliento.
Último fraccionamiento, y esa voz desconocida me pregunta en tono amigable
⁃ ¿Qué tal estás?? ¿Todo ok?
⁃ Bien, bien ¿Y tú quién eres?
⁃ Soy un espeleólogo que pasaba por aquí.
Esa fue su respuesta, y la verdad… le creí
Desde que la oí en la base del pozo, busqué una explicación a esa voz…
Pensé que era de otro grupo instalando para posteriormente realizar la travesía, igual que hemos hecho nosotros.
Sigo quitando nudos y colgándome mosquetones del portamateriales.
Subo hasta casi la cabecera y al mirar hacia arriba, veo a Mikel sonreír.
Justo a su lado, un chico con buzo rojo, donde puede leerse perfectamente: Espeleosocorro
Ahora entiendo todo.
⁃ ¿cuántos habéis venido? Fue mi primera pregunta.
⁃ Solo yo .
Lo primero, como no puede ser de otro modo, fue agradecer su presencia.
En todo momento se mostró muy profesional y muy cercano.
Luego le pregunté por la hora.
⁃ ¿¿Qué hora es???
⁃ Son las 7:10
⁃ ¿¿De la mañana o de la tarde???
⁃ De la mañana, está amaneciendo
La conversación señala el grado de conocimiento que yo tenía de la hora que era. Nulo.
Nada más llegar hasta Mikel y ¿Dani? (no recuerdo su nombre, estábamos a otras cosas) me quitan las dos sacas, la cuerda, y todo lo que ya no necesito y sin embargo pesa. Les digo que voy bien, y que no hace falta. La respuesta de Dani, es que se acaba de levantar y que está descansado.
Les pregunto por Cosme, y me responden que está comiendo
chucherías como si estuviese en un cumpleaños (literal). Dani nos trajo muchas
chucherías y agua.
Justo al final del pequeño pasamanos que hay en la cabecera está Ismael, y con él, el resto de compañeros. Tiene cara de cansado, y es raro que Isma se canse en una cueva, siempre quiere más.
Llega el momento de recuperar mi botella y beber de ella. No quiero otra. Quiero mi botella. Y es que, para mí ha significado un punto de referencia desde hace horas. Una especie de meta, antes de la salida.
Había bebido en la base Del Pozo, y la que sobró, la tiré. No estaba como para subir agua sabiendo que arriba teníamos.
Todos juntos otra vez. Qué subidón.
¿Todos? Todos no.
Pregunto por Jose, y me dicen que estaba un poco más Justo de fuerzas y ha decidido (con buen criterio) quedarse fuera y servir de enlace con compañeros, familiares y amigos en caso de ser necesario.
Ya no hay más cuerdas, excepto las del pequeño pasamanos del
pozo del oso, con apenas 8m de progresión, que permiten superar este paso.
Pero… hasta llegar a ese punto todavía falta un tramo duro.
Un tramo de escasa altura donde el suelo parece querer tocar el techo, y nuestro
cuerpo en medio. Dejándonos las rodillas, la espalda, los codos en esos últimos
metros de cueva.
Todos vamos avanzando con paso lento, pero firme hacia la
salida.
Sigo cerrando el grupo, y muy cerca de mí, como lleva sucediendo desde hace muchas horas, está Cosme. Delante de él y dándole los ánimos que yo ya no puedo dar, está Dani, y delante de Dani, el resto de compañeros.
El grupo vuelve a separarse, para hacer más fluida la
salida, y rápidamente nos quedamos Cosme, Dani y yo rezagados, mientras el
resto, con la energía que da saber que la salida está ahí, progresan
rápidamente.
El aire se nota más limpio, más fresco, ya se respira aire
de la calle.
Tras el pozo del oso, una rampa ascendente, y en su cima,
una pequeña ventana de luz.
- ¡Estamos en la calle Cosme!! Ánimo¡!!
No podemos creerlo, en apenas dos minutos estaremos fuera.
La luz del día es fuerte, muy fuerte. Todos esos tonos oscuros, marrones, grises, ocres, desaparecen entre el verde de los robles y el azul del cielo. Cuesta adaptar la vista después de tantas horas con las luces de los frontales.
Le doy una vez más las gracias a Dani, y le estrecho
fuertemente la mano. Me giro y le doy un abrazo a Cosme.
- Lo has conseguido campeón.
Caminamos hasta los coches, y ahí están todos. Ahora sí
están todos.
Emociones a flor de piel, miradas cómplices, risas, y como
no, agradecimientos.
Algunos ya cambiados, otros cambiándose, y todos con la cara manchada de tonos marrones, que delatan de donde salimos.
¿Pero? ¿Cómo ha llegado aquí el espeleosocorro cántabro???
Cuando mis compañeros salen, a eso de las 4.00 de la mañana,
llaman al 112 para comunicar que hay un compañero que está justo de fuerzas, y
que tardaremos más de las 24 horas indicadas para realizar la travesía, y que
ellos volverán a entrar para ayudarnos.
La respuesta del 112 es que no entren. Deben esperar ayuda e
instrucciones.
Y rápidamente se pone todo en marcha.
No tarda mucho en llegar el compañero del espeleosocorro, y cuando está equipado, entra junto con Isma y Mikel.
En esta ocasión, todo ha salido bien.
Quiero aclarar, que un mal día, podemos tenerlo todos.
Podemos estar en buena forma, pero ese día el cuerpo nos
dice que no, y esto no es un partido de fútbol (mis respetos), en el que, si te
cansas, te cambian y en dos minutos estás en el banquillo con tu acuarius y tu
chaqueta para no quedarte frío.
Para estas actividades, debemos conocernos y conocer
nuestros límites antes de estar inmersos en ellas. Ese es el primer punto.
Luego, tratar de hacer las cosas lo mejor posible para que nada se tuerza, aunque en esta otra parte también juega un papel importante la suerte. Os recuerdo que se le rompió la saca a la hora escasa de actividad.
Y ya, para terminar, si todavía seguís leyendo… deciros que
el trabajo en equipo ha sido imprescindible para poder salir de esa cueva sin
mayores complicaciones que un retraso en nuestra estimación (recuerdo que eran 18H),
y sin exceder el tiempo estimado que le facilitamos al 112 (24H), ya que tardamos
23h y 30 minutos en estar todos fuera.
Quiero agradecer a Mikel, a Pichurrin ( Isma), a M. Sol, a
Natxete, y a Jose. A todos ellos por gestionar una situación que no era nada
fácil, y por su cercanía en momentos complicados. Contar con vosotros en esa
situación es un verdadero lujo.
También quiero agradecer a los compañeros que desde fuera
estuvieron pendientes y con los “trastos'' metidos en el coche por si tenían
que dejarlo todo para venir a echarnos una mano, tal y como hizo Dani, al cual
espero darle las gracias una vez más, mientras nos tomamos unas cañas.
Y como no, gracias también a ti Cosme. Gracias porque has
permitido que nos conozcamos más, a nosotros mismos, y también entre nosotros.
No te sientas mal. Nos pudo pasar a cualquiera, pero te pasó a ti.
Gracias a todos los que de un modo u otro os interesasteis
por nosotros.
Ahora, entre la boca de Calígrafos y la de la Gándara,
además de todo lo que había, hay una historia de compañerismo que recordaremos
siempre.
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