Comenzamos el nuevo año con la
saca llena de ilusión (y eso que aún nos queda mucha del año pasado).
Y que mejor manera de empezarlo que visitando la “clásica” Tximua.
Odei, la muy joven promesa que
nos acompañaba, y yo no la conocíamos. Los demás ya habían estado y alguno
muchas veces. Como decía Oscar “hay quien parece el conserje de Tximua”.
Entramos, cono de derrubios y
fuerte rampa en caos de bloques, vamos, que resultó entretenida la cuesta,
donde al acabar y tras otro paso entre bloques, empezaba el espectáculo: amplia
sala con multitud de formas y colores amarillentos y naranjas entre bonitos
blancos que presentaban elegantes fusiones.
Antonio y Mikel (compañero de
Sakon) se fueron a retirar material en depósito de pasadas exploraciones.
Nosotros nos quedamos pajareando por la sala, ensimismados con las formas.
El lago estaba lleno y toco subir
por la pared de nuestra derecha, una elegante subida con un pequeño pasamanos y
una fantástica gatera, recorrido éste que nadie conocía y que lo trabajó muy
bien nuestro “equipo de punta”.
Una vez arriba, a seguir
disfrutando con esa parte de la cueva: la cocina vasca, fantásticos gours, en
fin, lo que quieras ver….
Ya en el final, Carlos y Odei
bajaron a la sala Irisko, donde estaban los demás recuperando el material,
como ya estaban muchos, yo me tomé vacaciones y seguí revoloteando de nuevo por diversos
rincones (que no eran pocos) y disfrutando de un espectáculo de luces y sonidos, ya que en la zona del lago caía agua por varios puntos.
Inolvidables sensaciones.
Al rato ya aparecieron todos,
subimos la entretenida cuesta de bloques: ahora por aquí, ahora por allá…. Y
para afuera.
Se puede decir mucho de Tximua
pero sin duda no deja indiferente.
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